Un Teatro de La Laboral al completo recibió con el calor de las citas más esperadas, con tanta ilusión como expectativas, a un Joe Lovano de negro y corbata roja, con sombrero, y a un Chucho Valdés con gorra cubana azul y camisa de imposible combinación al menos para los mortales, y al resto del quinteto, un chico normal, un gentleman de gris perla y un étnico con rastras. Y no defraudaron, desde luego. Poco importa su atuendo porque todos se visten, y nos vistieron, con el virtuosismo del saxo y del piano, del contrabajo, la batería y las percusiones, que los transforma de inmediato en seres alados capaces de crear a su alrededor un universo musical de pura magia.
Hubo de todo; como si la voluntad fuese también repasar parte de la historia del jazz. Del jazz clásico al latin jazz, tocando estilos del be-bop, el hard-bop y el post-bop, y siempre con la presencia de la línea afrocubana. Conocimientos y experiencia para ello no les faltan a ninguno de los dos. Tanto Chucho Valdés como Joe Lovano conocen desde dentro el jazz clásico y el jazz latino, y comparten además en sus respectivas trayectorias profesionales un afán por explorar nuevas expresiones del lenguaje del jazz. Luego cada uno aporta su especialidad: Chucho el dominio del jazz afrocubano y Joe su versatilidad y su experiencia en el hard-bop y en el post-bop.
Lo del viernes noche fue pura magia, la que surge cuando se unen en el escenario genialidades que se emocionan y emocionan con lo que hacen. El pianista Chucho Valdés y el saxofonista Joe Lovano, acompañados por músicos excepcionales a la altura de los grandes, todos cubanos: dos colaboradores habituales de Chucho, el contrabajista Gastón Joya y el percusionista Yaroldy Abreu, y el batería de confianza de Lovano, Francisco Mela. Juntos forman el “Chucho Valdés & Joe Lovano Quintet”. Y el sello discográfico con el que se dio a conocer en el panorama internacional Chucho Valdés en 1985, Blue Note Records, y con el que Joe Lovano ha grabado más álbumes que cualquier otro artista, parece ser ahora el nexo para que dos grandes del jazz se unan en este proyecto que tras la gira culminará con la grabación de un disco. Pero no es ésta la primera vez que trabajan juntos. Se conocen desde que coincidieron en los años 80 en un festival de La Habana y durante años se han ido encontrando en distintos conciertos y eventos en los que han compartido cartel, e incluso en 2003 hicieron una gira por EEUU, experiencia de la que ambos guardan muy buen recuerdo y que llevaban tiempo queriendo repetir.
Ahora vuelven a estar juntos sobre el escenario para disfrute de todos nosotros y de los que vayan a verlos y oírlos en esta gira. La especial conexión y complicidad que existe entre ellos, la que nace del respeto mutuo y la admiración a sus respectivas personas y trayectorias musicales, se evidencia de un modo especial cuando están tocando. “Siempre he sentido una gran admiración por Joe Lovano”, reconoce Chucho en una publicación reciente, y para Joe “tocar con él es una sensación espiritual y preciosa”. Sus palabras transmiten que se entienden y comunican a la perfección, y quizá por ello choque saber que uno no se lleva demasiado bien con el inglés y el otro no sabe español. Está claro que no necesitan más código que la música.
En el Teatro de La Laboral vimos a dos maestros del jazz que se escuchan y se disfrutan, y que unen sus mejores armas, el virtuosismo y el sentimiento en el piano y el saxo, para crear nueva música que el contrabajista Gastón Joya bautiza como “cu-bop”: “¡Esto es cu-bop! Chucho es la tradición unida al presente de la música cubana; y Joe responde a esa generación pero en su estilo”. Y esta admiración y este diálogo musical se extienden también al resto de la formación durante todo el concierto, si bien se evidencia de un modo especial en el momento de los solos del contrabajo, la batería o las congas, que no sólo disfrutan los espectadores sino también todo el quinteto.
Abrieron el concierto con dos temas, el primero más clásico y el segundo más bop, con los que aprovecharon también para mostrar al auditorio de lo que cada uno y todos juntos eran capaces. Una auténtica locura. Un Joe Lovano que se funde con su instrumento, lo toca como quien respira, lo tiene totalmente integrado, camina y se mueve con él, como si bailara con una chica, en silencioso diálogo. Y un Chucho Valdés que desaparece, a pesar de su altura, tras sus manos, que parecen tener vida propia y a veces hasta ser cuatro, y con las que conecta su alma al piano. En el segundo tema, el protagonismo se cede al resto de la agrupación: con un solo magnífico del contrabajo que convierte al chico normal en extraordinario, y otro solo conjunto de batería y percusiones que descubre la conexión entre el gentleman y el étnico, y que hace las delicias de los asistentes y de sus compañeros de escenario.
El saludo de Joe Lovano al público de Gijón, magnífico también como maestro de ceremonia, da paso a uno de los momentos más especiales e íntimos de la noche. Ya lo advertía el de Cleveland: “let’s continue with a beatiful music”. Los acordes del piano de Chucho Valdés confesaron por un momento “solamente una vez, amé en la vida” y el saxo de Joe Lovano le responde con la línea de otro clásico, “el día que me quieras”; se inicia así un idilio de amor musical entre el piano y el saxo, acompañados por un delicado contrabajo y los brushes de la batería, prescindiendo de las percusiones en este caso, que consiguen hacer realidad el texto de la canción: “el día que me quieras, no habrá más que armonía”. Joe Lovano, magistral en las difíciles líneas del tema, consigue cantarla al piano; la profundidad emocional de la letra y la melodía la capta el saxo y las rápidas pulsadas de Chucho son las que cosquillean nuestra alma, convertidos todos ya en “las estrellas celosas” y “luciérnagas curiosas” que los miran al pasar.
De la intensidad emocional y del grosor musical se sale a ritmo de un jazz latino que se va desestructurando, alcanzando la improvisación pero sin llegar a la ruptura. Para dar paso al núcleo del concierto con temas del “cu-bop“. Es el tiempo del atractivo de la polifonía donde el rol de cada músico se integra en el conjunto, como si fuera un solo instrumento, pero manteniendo su libertad, desde la que cada uno aporta su registro pero sin obstruirse. Es el tiempo del virtuosismo desmedido del piano y del espectro inverosímil de un saxo así tocado, que deslumbra al auditorio y consigue despertar sus risas cuando se hace evidente e incluso obscena la genialidad de los músicos que se tienen delante. Es el tiempo de la mezcla de estilos, de las improvisaciones y de las enajenaciones, como la que sienten músicos y espectadores cuando el piano de Chucho Valdés alza las percusiones y éstas se orquestan con la batería para trasladar al público gijonés al mundo de la danza y de los ritmos afrocubanos. Es el tiempo de los breaks más escandalosos, de esos que nos sorprenden y congelan por dentro, y que nos hacen quedar suspendidos en un golpe de baqueta, en un imposible soplido o en los silencios repentinos de un piano.
Y en medio de todo esto, Joe Lovano anuncia un clásico del jazz más sentimental, “Star crossed lovers”, de esos temas para los que no hay protección ni corazas posibles, porque si estás enamorado te llenan y si tienes el corazón roto te vacían. De nuevo la magia del saxo profundo y la delicadeza del piano, pulsado hasta el fondo o ligeramente acariciado, logran conectarnos con esa parte emocional que existe en el jazz. Y así eligen también cerrar el concierto; de nuevo el juego de las versiones aparece, con un piano que suplica un “Bésame mucho” y un saxo que responde con “Tres palabras”: “cómo me gustas”.
Fuente: Revista Cultural La Escena
http://www.laescena.es/pura-magia/
Hubo de todo; como si la voluntad fuese también repasar parte de la historia del jazz. Del jazz clásico al latin jazz, tocando estilos del be-bop, el hard-bop y el post-bop, y siempre con la presencia de la línea afrocubana. Conocimientos y experiencia para ello no les faltan a ninguno de los dos. Tanto Chucho Valdés como Joe Lovano conocen desde dentro el jazz clásico y el jazz latino, y comparten además en sus respectivas trayectorias profesionales un afán por explorar nuevas expresiones del lenguaje del jazz. Luego cada uno aporta su especialidad: Chucho el dominio del jazz afrocubano y Joe su versatilidad y su experiencia en el hard-bop y en el post-bop.
Lo del viernes noche fue pura magia, la que surge cuando se unen en el escenario genialidades que se emocionan y emocionan con lo que hacen. El pianista Chucho Valdés y el saxofonista Joe Lovano, acompañados por músicos excepcionales a la altura de los grandes, todos cubanos: dos colaboradores habituales de Chucho, el contrabajista Gastón Joya y el percusionista Yaroldy Abreu, y el batería de confianza de Lovano, Francisco Mela. Juntos forman el “Chucho Valdés & Joe Lovano Quintet”. Y el sello discográfico con el que se dio a conocer en el panorama internacional Chucho Valdés en 1985, Blue Note Records, y con el que Joe Lovano ha grabado más álbumes que cualquier otro artista, parece ser ahora el nexo para que dos grandes del jazz se unan en este proyecto que tras la gira culminará con la grabación de un disco. Pero no es ésta la primera vez que trabajan juntos. Se conocen desde que coincidieron en los años 80 en un festival de La Habana y durante años se han ido encontrando en distintos conciertos y eventos en los que han compartido cartel, e incluso en 2003 hicieron una gira por EEUU, experiencia de la que ambos guardan muy buen recuerdo y que llevaban tiempo queriendo repetir.
Ahora vuelven a estar juntos sobre el escenario para disfrute de todos nosotros y de los que vayan a verlos y oírlos en esta gira. La especial conexión y complicidad que existe entre ellos, la que nace del respeto mutuo y la admiración a sus respectivas personas y trayectorias musicales, se evidencia de un modo especial cuando están tocando. “Siempre he sentido una gran admiración por Joe Lovano”, reconoce Chucho en una publicación reciente, y para Joe “tocar con él es una sensación espiritual y preciosa”. Sus palabras transmiten que se entienden y comunican a la perfección, y quizá por ello choque saber que uno no se lleva demasiado bien con el inglés y el otro no sabe español. Está claro que no necesitan más código que la música.
En el Teatro de La Laboral vimos a dos maestros del jazz que se escuchan y se disfrutan, y que unen sus mejores armas, el virtuosismo y el sentimiento en el piano y el saxo, para crear nueva música que el contrabajista Gastón Joya bautiza como “cu-bop”: “¡Esto es cu-bop! Chucho es la tradición unida al presente de la música cubana; y Joe responde a esa generación pero en su estilo”. Y esta admiración y este diálogo musical se extienden también al resto de la formación durante todo el concierto, si bien se evidencia de un modo especial en el momento de los solos del contrabajo, la batería o las congas, que no sólo disfrutan los espectadores sino también todo el quinteto.
Abrieron el concierto con dos temas, el primero más clásico y el segundo más bop, con los que aprovecharon también para mostrar al auditorio de lo que cada uno y todos juntos eran capaces. Una auténtica locura. Un Joe Lovano que se funde con su instrumento, lo toca como quien respira, lo tiene totalmente integrado, camina y se mueve con él, como si bailara con una chica, en silencioso diálogo. Y un Chucho Valdés que desaparece, a pesar de su altura, tras sus manos, que parecen tener vida propia y a veces hasta ser cuatro, y con las que conecta su alma al piano. En el segundo tema, el protagonismo se cede al resto de la agrupación: con un solo magnífico del contrabajo que convierte al chico normal en extraordinario, y otro solo conjunto de batería y percusiones que descubre la conexión entre el gentleman y el étnico, y que hace las delicias de los asistentes y de sus compañeros de escenario.
El saludo de Joe Lovano al público de Gijón, magnífico también como maestro de ceremonia, da paso a uno de los momentos más especiales e íntimos de la noche. Ya lo advertía el de Cleveland: “let’s continue with a beatiful music”. Los acordes del piano de Chucho Valdés confesaron por un momento “solamente una vez, amé en la vida” y el saxo de Joe Lovano le responde con la línea de otro clásico, “el día que me quieras”; se inicia así un idilio de amor musical entre el piano y el saxo, acompañados por un delicado contrabajo y los brushes de la batería, prescindiendo de las percusiones en este caso, que consiguen hacer realidad el texto de la canción: “el día que me quieras, no habrá más que armonía”. Joe Lovano, magistral en las difíciles líneas del tema, consigue cantarla al piano; la profundidad emocional de la letra y la melodía la capta el saxo y las rápidas pulsadas de Chucho son las que cosquillean nuestra alma, convertidos todos ya en “las estrellas celosas” y “luciérnagas curiosas” que los miran al pasar.
De la intensidad emocional y del grosor musical se sale a ritmo de un jazz latino que se va desestructurando, alcanzando la improvisación pero sin llegar a la ruptura. Para dar paso al núcleo del concierto con temas del “cu-bop“. Es el tiempo del atractivo de la polifonía donde el rol de cada músico se integra en el conjunto, como si fuera un solo instrumento, pero manteniendo su libertad, desde la que cada uno aporta su registro pero sin obstruirse. Es el tiempo del virtuosismo desmedido del piano y del espectro inverosímil de un saxo así tocado, que deslumbra al auditorio y consigue despertar sus risas cuando se hace evidente e incluso obscena la genialidad de los músicos que se tienen delante. Es el tiempo de la mezcla de estilos, de las improvisaciones y de las enajenaciones, como la que sienten músicos y espectadores cuando el piano de Chucho Valdés alza las percusiones y éstas se orquestan con la batería para trasladar al público gijonés al mundo de la danza y de los ritmos afrocubanos. Es el tiempo de los breaks más escandalosos, de esos que nos sorprenden y congelan por dentro, y que nos hacen quedar suspendidos en un golpe de baqueta, en un imposible soplido o en los silencios repentinos de un piano.
Y en medio de todo esto, Joe Lovano anuncia un clásico del jazz más sentimental, “Star crossed lovers”, de esos temas para los que no hay protección ni corazas posibles, porque si estás enamorado te llenan y si tienes el corazón roto te vacían. De nuevo la magia del saxo profundo y la delicadeza del piano, pulsado hasta el fondo o ligeramente acariciado, logran conectarnos con esa parte emocional que existe en el jazz. Y así eligen también cerrar el concierto; de nuevo el juego de las versiones aparece, con un piano que suplica un “Bésame mucho” y un saxo que responde con “Tres palabras”: “cómo me gustas”.
Fuente: Revista Cultural La Escena
http://www.laescena.es/pura-magia/